La parábola del fariseo y el publicano

La parábola del fariseo y el publicano es una parábola contada por Jesús durante su ministerio terrenal. Al contarla, el Señor enseñó la forma adecuada de buscar a Dios en intimidad, de una manera humilde y con temor y no creyendo que somos justos en nosotros mismos.

En este artículo veremos el contexto en que el Señor Jesús dijo la Parábola, la explicación, el significado y las enseñanzas que podemos aprender como hijos de Dios. Así que, acompáñanos en la lectura.

En la parábola del fariseo y el publicano (Lucas 18:9-14); Jesús contrasta a un fariseo, obsesionado con sus virtudes, con un recaudador de impuestos que reconoce sus pecados y pide misericordia a Dios, así que habla de cuál debe ser la actitud correcta en la oración.

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Contexto de la parábola del fariseo y el recaudador de impuestos

Lucas es el único evangelio que cuenta la parábola del fariseo y el publicano. Jesús, al percibir que las personas que se encontraban a su alrededor se consideraban a sí mismas justas y que despreciaban a los demás, decidió contar esta parábola.

Es muy probable que estas personas fueran fariseos. Los cuales al escuchar a Jesús rechazaron la enseñanza. De hecho, muchos de ellos mostraron exactamente el comportamiento descrito por Jesús en esta parábola. Pero también es cierto que hubo algunas excepciones, como Nicodemo y José de Arimatea.

La parábola del fariseo y el publicano sigue inmediatamente en la narración bíblica a la parábola del juez injusto. No es posible saber si, de hecho, Jesús contó las dos parábolas en secuencia la una con la otra. Es posible que Jesús haya pronunciado estas parábolas en distintos momentos y que Lucas las haya ordenado así.

Entonces, según el orden en que escribió Lucas podemos ver la relación de las parábolas. Mientras que la parábola del juez injusto subraya la importancia de perseverar en la oración, la parábola del fariseo y el publicano destaca la forma correcta de buscar al Señor en humildad.

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Explicación Parábola del fariseo y el publicano

La parábola del fariseo y el publicano tiene una abundante riqueza acerca de la doctrina de la justificación por fe. Porque se ilustra como un pecador que carece en absoluto de justicia personal es declarado justo delante de Dios, por medio de un acto de fe de arrepentimiento.

La parábola va dirigida a los fariseos que confiaban en su propia justicia (Lucas 18:10-11). Y consiste en la oración que hicieron dos hombres con resultados diferentes. Los personajes de esta parábola son: el fariseo y el publicano (o recaudador de impuestos).

El fariseo

Los fariseos eran un grupo religioso radical y muy conservador de los judíos. Sus miembros se sentían orgullosos de considerarse respetuosos de la ley y de las tradiciones. Jesús se enfrentó y reprendió constantemente a los representantes de este grupo por su religiosidad hipócrita e incluso los llamó «hijos del diablo» (Juan 8:44).

Juan 8-44 La parábola del fariseo y el publicano

Era muy común que los fariseos fueran al Templo a orar. Debido a su fama de piadosos, les gustaba presumir su condición religiosa orando en lugares públicos (Lucas 20:47).

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El publicano o Recaudador de impuestos

Los publicanos eran un grupo profesional en la época de Jesús que eran empleados de los romanos. Cumplían la función de recaudar impuestos y derechos de aduana. Los publicanos eran despreciados por el resto de los judíos, especialmente por los fariseos. El motivo era que se les consideraba traidores y corruptos porque además muchos eran judíos.

A diferencia de los fariseos, los publicanos no andaban por las sinagogas. Cuando querían orar, iban a la zona exterior del Templo a la que tenían acceso por ser judíos. Esto es exactamente lo que hizo el publicano en esta parábola.

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La oración del fariseo

El fariseo y el publicano se encontraban en el Templo a la misma hora con propósito de: orar.

En el Templo, el fariseo oró de pie, mirando al cielo. Sin embargo, su oración no era dirigida a Dios sino a sí mismo, el dijo: «Oh Dios, te doy gracias porque no soy como otros hombres» (Lucas 18:11). En otras palabras, el fariseo estaba hablando para sí mismo. Sus alabanzas iban dirigidas a su propio ego.

En su oración, en ningún momento confesó sus pecados ni mostró arrepentimiento. En cambio, mostraba su justicia propia a Dios y lo bueno que él era.

El fariseo se centró en compararse con otras personas pero creyéndose bueno, es decir, afirmó no ser un ladrón, un injusto y un adúltero. Cuando vio al publicano orando, también lo incluyó en su lista de despreciados. Su autoglorificación fue a costa de la miseria de los demás.

Incluso después de compararse con otras personas, presumió sus grandes logros como hombre respetuoso de la Ley. De hecho, como buen fariseo, se esforzó en destacar que hacía incluso más de lo que mandaba la Ley.

Afirmó que ayunaba dos veces a la semana, mientras que la Ley sólo exigía un día de ayuno al año, aunque permitía el ayuno voluntario en cualquier ocasión (Levítico 16:29). Los fariseos, en cambio, instituyeron el lunes y el jueves como días de ayuno. Lo más probable es que se refiera a esto.

Además, estaba orgulloso de pagar los diezmos de todo lo que poseía. La forma en que está construida la frase en el griego indica que pagaba los diezmos incluso de lo que no era necesario. Era tan presuntuoso en sus intenciones que trataba de cumplir la Ley por los demás.

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La oración del publicano

La oración del publicano fue muy diferente a la del fariseo. A diferencia del fariseo, él no quería ser visto, sólo deseaba desesperadamente el perdón de Dios. El peso y la vergüenza por sus pecados hicieron que ni siquiera se atreviera a mirar al cielo.

En lugar de alabarse a sí mismo, reconoció el estado de miseria en el que se encontraba, y se golpeó el pecho en señal de autoacusación, clamando a Dios por misericordia.

Las palabras del publicano fueron las mismas que las del rey David cuando dijo: «Ten compasión de mí, oh Dios, conforme a tu gran amor; conforme a tu inmensa bondad, borra mis transgresiones.» (Salmo 51:1).

La única petición del publicano era que se apartara de él la ira de Dios. Simplemente quería ser perdonado.

Jesús declaró el publicano regresó a casa justificado. Su forma de buscar a Dios fue la adecuada. El Señor concluyó diciendo: «Pues todo el que a sí mismo se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido» (Lucas 18:14).

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¿Qué significa la parábola del fariseo y el publicano?

El significado de la parábola del fariseo y el publicano es que debemos buscar a Dios de forma humilde debido a nuestra condición caída y pecaminosa. La Palabra de Dios enseña sin excepción que los pecadores son justificados tan pronto la justicia de Dios es imputada a su favor (Romanos 4:4; 2 Corintios 5:21; Filipenses 3:4-9).

Así, el significado central del mensaje es que cuando busquemos a Dios en oración, debemos hacerlo con una verdadera humildad, la cual conduce a una exaltación del Señor y no justificarnos a nosotros mismos por nuestras obras o acciones.

¿Qué podemos aprender de la parábola del fariseo y el publicano?

Podemos aprender varias cosas importantes en la parábola del fariseo y el publicano. Veamos:

Aprendremos que Dios perdona los pecados y no la justificación propia. En sí mismo, el fariseo consideraba que no tenía nada de qué arrepentirse. Es decir, no reconocia su propio pecado, lo cual puede significar la ausencia de una auténtica salvación (1 Juan 1:8-10).

Aprendemos que no se puede impresionar a Dios. El fariseo trataba de impresionar a Dios; lo hacía comparándose con otras personas y mostrándose superior a los demás. El publicano, por el contrario, al compararse con otros, se creía inferior a todos. Acepto su condición pecadora y esto definitivamente agrada al Señor.

Aprendemos que la gloria pertenece sólo a Dios. La oración del publicano expresa una verdad presente en toda la Biblia, al declarar que la salvación, desde el principio hasta el final, pertenece a Dios y se atribuye a su misericordia y su gracia (Lucas 18:13; Efesios 2:8; Tito 3:5).

Aprendemos que el hombre es incapaz de justificarse. La oración del fariseo parecía ser una oración de gratitud. A los ojos de los humanos, una oración así podría representar las palabras de alguien justo y distinguido por su religiosidad. Pero a los ojos de Dios, tal oración era una afrenta, una ofensa, pues en realidad atacaba la gloria de Dios, e intentaba proporcionar complementos humanos a la obra perfecta de la redención.

Por último, podemos aprender que es importante mirar nuestras vidas y evaluar nuestra propia conducta a la luz de la parábola, ¿te pareces al hombre que volvió justificado a casa o al fariseo? Cuando miras tu propia vida a través las Escrituras, ¿a quién ves: al fariseo o al publicano?

Te recomendamos el siguiente video para recordar la escena de la Parábola del fariseo y el publicano.

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