Jesús calma la tempestad: Estudio Bíblico

Cuando un cristiano lee los evangelios en la Biblia se puede encontrar con un increíble milagro en el cual las leyes de la naturaleza fueron controladas por un hombre. Pero no cualquier hombre, sino uno que se hacía llamar el hijo del Hombre. Por tanto, es importante que todo creyente pueda entender lo que significa que Jesús calmó la tempestad.

A lo largo de la vida suceden muchas cosas, hay tiempos de gran bonanza y abundancia, pero también hay momentos de tormenta y escasez, es por esto que el Señor, en su bendita misericordia quiso enseñarle a sus discípulos que en ocasiones nos podemos encontrar en situaciones donde somos totalmente indefensos y necesitamos la poderosa mano y ayuda del Señor.

El milagro en el que Jesús calma la tempestad está registrado en los tres evangelios sinópticos (Mateo 8:23-27; Marcos 4:35-41; Lucas 8:22-25). Este milagro revela la completa divinidad de Cristo. Él es el verdadero Hijo de Dios, cuyo poder se extiende sobre todas las cosas. Solo aquel por quien se creó todo el Universo puede someter a Su poder las leyes de la naturaleza.

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¿Cuándo Jesús calmó la tormenta?

Jesús calmó la tormenta mientras iba con sus discípulos en una barca para cruzar el mar de Galilea. Antes, Jesús había pasado un día de mucho trabajo y agotamiento enseñando a las multitudes que lo seguían y sanando a muchos enfermos en el lado occidental del mar.

Luego, a hora muy tarde del día, se subió a un barco de pesca acompañado por sus discípulos y les ordenó que partieran hacia el otro lado del lago. Naturalmente fatigado por el agotador día que había enfrentado, Jesús rápidamente se durmió en la popa del barco.

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Jesús y sus discípulos partieron también al otro lado del lago en busca de un período de descanso. En la orilla opuesta del Mar de Galilea estaba Decápolis, un área que los judíos evitaban frecuentar. La mayor parte de la población de esa zona estaba compuesta por gentiles. Pero también fue allí, al otro lado del lago, en su orilla oriental, donde un hombre poseído por un demonio necesitó ser liberado (Lucas 8:26-39).

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¿En qué momento empezó la tempestad que calmó Jesús?

Mientras Jesús dormía, sus discípulos condujeron la barca a través del mar de Galilea. Como muchos de los discípulos eran pescadores de oficio, estaban completamente acostumbrados a esas aguas. Esto indica que probablemente hubo un cambio climático inesperado.

De hecho, las tormentas repentinas son características de esa región. El Mar de Galilea es un gran lago que mide unos 21 kilómetros de largo y 14 kilómetros de ancho. El lago está rodeado de montañas y se encuentra aproximadamente a 200 metros bajo el nivel del mar. Todo ello favorece la acumulación de aire caliente en la superficie del lago. Durante el verano, la temperatura en el lago supera fácilmente los 30 grados centígrados.

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Tan fácilmente este invernadero de aire caliente que se cierne sobre el lago se encuentra con el aire helado que viene de las montañas. También es allí donde fluyen las aguas del deshielo del monte Hermón, con sus tres mil metros de altura.

El resultado de este choque térmico es la formación de tormentas repentinas y violentas. En condiciones normales, las aguas del Mar de Galilea están bastante tranquilas. Pero durante una tormenta, las aguas se vuelven peligrosamente agitadas, con olas que pueden superar los dos metros de altura. La disposición geográfica del lugar favorece incluso la formación de remolinos.

Todo indica que este fue exactamente el escenario cuando Jesús calmó la tormenta. El comienzo de la noche ya había caído sobre ellos y la violencia de la tormenta era tan grande que asustó tremendamente a los experimentados pescadores discípulos de Jesús. Incluso hoy en día, las embarcaciones motorizadas evitan navegar por el Mar de Galilea durante una tormenta.

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Jesús calma la tormenta y revela su soberanía

Jesús en ese momento dormía pacíficamente sobre una almohada en la popa de la pequeña embarcación, los discípulos luchaban con los remos y el timón en un intento por escapar de la tormenta. Pero el esfuerzo de esos hombres fue inútil y el peligro de naufragio era real. Las olas eran tan grandes que cubrieron el barco provocando inundaciones a bordo.

El Maestro solo se despertó cuando fue llamado por sus discípulos. Estaban realmente desesperados. Por eso le preguntaron al Señor Jesús: «Maestro, ¿no te importa que nos ahoguemos?» (Marcos 4:38).

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Al mismo tiempo, Jesús se levantó, reprendió al viento y ordenó que el mar se calmara. Luego, inmediatamente el viento cesó, la tormenta desapareció y las aguas del mar se quedaron absolutamente tranquilas.

Después de calmar la tormenta, Jesús preguntó a sus discípulos por qué habían tenido miedo. Y los reprendió a todos con la siguiente pregunta: «¿Dónde está la fe de ustedes?» (Lucas 8:25). Perplejos, atemorizados, aterrorizados y asombrados por la soberanía del Señor Jesús, los discípulos sólo podían preguntarse unos a otros: «¿Quién es este, que hasta el viento y el mar le obedecen?» (Marcos 4:41).

Nota: Varios estudiosos importantes de la Biblia, como el hermano Gino Iafrancesco hacen referencia a esta gran tormenta como un intento de Satanás de matar a Jesús mientras este dormía.

¿Quién es éste que hasta el viento y el mar le obedecen?

El milagro en el que Jesús calmó la tormenta revela entre varias cosas, dos preciosas verdades sobre la persona de Cristo.

Primero, el episodio en el que Jesús calma la tormenta nos habla de su humanidad completa. ¡Jesús es completamente hombre! Algunas personas se preguntan si Jesús realmente estaba durmiendo durante la tormenta.

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En algunos sermones incluso hay quienes se aventuran a decir que Jesús solo estaba probando a sus discípulos. ¡Pero esto está mal! El texto es muy claro al decir que Jesús estaba durmiendo. Era tarde y su cuerpo estaba agotado y fatigado por un día muy ajetreado.

El hecho de que Jesús estuviera durmiendo mientras la tormenta asolaba el barco revela su humanidad. ¡Sí! Aquí estaba el Cristo completamente hombre, el Verbo perfectamente encarnado y sujeto a todas las limitaciones físicas comunes a cualquier ser humano. La fatiga lo había abrumado tanto que ni siquiera la tormenta había podido despertarlo de su profundo sueño.

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En segundo lugar, al calmar la tormenta, Jesús se revela genuinamente Dios. Si, por un lado, la plena humanidad de Cristo se reveló en su cansancio y sueño en la barca, por otro lado, su plena divinidad se reveló cuando calmó soberanamente la tormenta.

Incluso podemos imaginarnos al Maestro siendo despertado por los gritos de los discípulos. Luego, con una cara de sueño común a aquellos que se acaban de despertar, miró la tormenta a su alrededor y simplemente dijo: «¡Silencio! ¡Cálmate!» (Marcos 4:39). Al oír su voz, la tormenta se calmó.

¿Qué hombre es capaz de someter las fuerzas de la naturaleza a su autoridad? De ahí la pregunta de los discípulos: «¿Quién es este, que hasta el viento y el mar le obedecen?». La respuesta no puede ser otra que: ¡Es el Cristo, el Hijo de Dios! Siendo completamente hombre, durmió en la barca; pero siendo plenamente Dios, calmó la tormenta.

No debemos temer a la tormenta

El milagro en el que Jesús calma la tormenta nos enseña a no temer las tormentas de la vida. Jesús no reprendió específicamente a los discípulos por tener miedo, sino por no mostrar una fe madura. El problema es que la falta de fe conduce inevitablemente al miedo. Además, es muy común sentirse asustado ante una tormenta.

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Pero cuando miramos a Jesús, nos damos cuenta de que este miedo no tiene ningún sentido. Durante esa tormenta, los discípulos no se dieron cuenta de que no había nada que temer. El mar estaba terrible y el viento soplaba fuerte; pero el que extendió el firmamento y creó el mar y sus límites descansaba humildemente en la popa de la pequeña embarcación que era sacudida por las aguas.

Los discípulos deben haber sabido que con Jesús en la barca siempre estaban a salvo. Él es el Señor del Universo. Él controla todas las cosas según su voluntad. Incluso las fuerzas de la naturaleza que a los ojos humanos parecen indomables están completamente dominadas por su poder.

Cuando Jesús calmó la tormenta, cumplió las Escrituras. El salmista escribe que el Señor es quien controla el viento y las olas. Detiene la tormenta y calma la violencia de las aguas. Él libera de la angustia a los que claman por él en angustia, y cambia la tempestad en una suave brisa (Salmo 107: 23-30).

Por eso, no debemos tener miedo de las adversidades que sacuden nuestro barco, es decir nuestra vida. Jesús nos hizo la promesa de que estaría con nosotros hasta el fin del mundo (Mateo 28:20). Nunca podemos permitir que el miedo nos haga olvidar que Jesús calma la tormenta, sea la que sea. Con él en nuestra barca, podemos repetir las palabras del rey David : «Aun si voy por valles tenebrosos, no temo peligro alguno porque tú estás a mi lado» (Salmo 23:4).

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